lunes, 7 de enero de 2008

OJITOS REDONDOS

Hoy 7:15 de la mañana encuentro mi pasaporte de niña. Ya llevaba un par de días buscándolo… no me crean muy exótica o trastocada, pero como tenía que sacar uno nuevo, quería recordar como eran (llevo tiempo sin usar uno, tan solo países vecinos) .

Bueno, al abrirlo no pude dejar de sonreír y sorprenderme. Soy yo a los 13 años. Soy una niñita! Me veo tan chica a ingenua! Ese corte de pelo de niñita, esa ropa poco sentadora, aritos de perla en mis orejas y mi sonrisa… Estuve mucho rato mirándome y pensando en esa época.

Yo estaba creciendo y quería ser grande e independiente. Ese año ya había empezado a devolverme sola a mi casa después del colegio, y me sentía tan segura de mi misma!

Por otro lado, la seguridad que yo ganaba día a día en mi “vida de adulta”, no la veía reflejada en otros aspectos. Yo no sabia si era fea o bonita, tampoco sabía si la gente me podía llegar a querer o no…

Pensaba esto porque ya todas las chicas de mi curso se habían besado con alguien, otras pololeaban y las más osadas iban los sábados a la disco a bailar (cosa que para mi era impensable!)

Recuerdo exactamente el día que supe que tenía que dejar de ser niña.

Era octubre y la profesora de biología organizo un viaje a la playa para recoger moluscos. Fueron los 3 cursos; el A, el B que era el mío, y el C. Como era una actividad fuera del colegio, podíamos ir con ropa de calle y yo fui con la polera que más me gustaba en ese momento. Era gris con cuello cerrado de manga corta. En el pecho tenia 2 ositos café abrazados y sentados en un corazón y pastelitos flotando a su alrededor. Como era mi polera favorita obviamente decidí usarla ese día y sobre ella me puse el chaleco gris con el cual estoy retratada en el pasaporte.

Ya en el bus me dio calor y me saqué el chaleco. Iba sentada al lado de mi amiga Andrea, que por cierto ya nos estábamos distanciando, y delante de nosotras, paradas en el asiento y mirando hacia atrás, las dos niñas mas populares del nivel.

Apenas ven mi polera comienzan a reír y me dicen “Cote, tu ya no puedes seguir ocupando esas poleras que te compra tu mamá, son de cabra chica, mejor ponte el chaleco de nuevo porque las del otro curso se van a burlar mucho de ti”.

Yo no les dije nada, pero recuerdo que las miré mucho y pensaba en qué tenia de malo mi atuendo. Yo era una niña y no tenía porque usar otra ropa que no fuera de niña…impensado! Pero empecé a mirar a las demás y me di cuenta que era la única que llevaba ropa tan cerrada y con monitos.

Las chicas no paraban de reír y sentí vergüenza. Me sentí tan vulnerable, tan pequeña. Yo no entendía que les había pasado, por qué habían crecido tanto, por qué ya no les gustaban los ositos y sobre todo yo pensaba “por qué las otras niñas son tan malas y se van a burlar de mí”.

Tuve mucha pena sentada ahí en el bus. No me aguanté las ganas de llorar y se me escaparon algunas lágrimas, y estas niñas, las mismas que me dieron el “consejo de moda” me dicen “lo hacemos por tu bien, y deja de llorar porque eso es de niña también”. Ellas no paraban de reír.

Bueno, ni hablar lo mal e infeliz que me sentí el resto del día en la playa. Me lo cuestioné todo.

La hora de almuerzo fue un suplicio. Tuvimos que sentarnos en grupo y estas chicas me mantenían cerca para observarme, como bicho de laboratorio.

Por un lado yo creía ser grande porque ya viajaba sola (a veces), pero por otro lado no entendía porque tenía que dejar las cosas que mas me gustaban y cambiarlas para “ser grande”…no me parecía lógico. Es mas, había días que yo las miraba y sentía lastima por ellas: ellas ya no estaban tranquilas y tenían que hacer muchas cosas, hablar de muchas cosas, y manejaban tantos códigos que yo no conocía…. Estaba a años luz de eso!

Sentí terror. Ese día no almorcé nada. Ni siquiera me atreví a sacar mi loncherita rosada de frutillita, tan solo por eso iba a ser el objeto de burlas, y no me iba a arriesgar a abrirla y encontrar algún mensaje de mi mama que dijera “te quiero” o “espero que te guste”… LAS ODIE! Las odié por hacerme esto! Me odie por haberme dejado sentir así de mal. Tuve pena, tanta pena!

Esa tarde, de vuelta al colegio, yo me devolví sola.

Los chicos estaban, como siempre, fumando y conversando en la esquina del colegio, yo crucé y me vine.

Al legar a casa no encuentro a nadie. Me siento al borde de mi cama y yo seguía pensando. Ya no estaba triste, ni enojada, ni sintiéndome tonta ni nada. No sentía nada de eso, yo solo pensaba y trataba de entender.

Por mi ventana entraba un sol de octubre tibio y calmado, tal cual como estaba yo. La luz lo inundaba todo. Prendí la radio y estaban tocando la canción más maravillosa que yo había escuchado hasta ese entonces. Seguí su letra con atención entendiendo el significado de cada palabra que ella decía, compenetrándome por completo con la melodía, tan feliz, tan!

Mientras la escuchaba lloré, pero ya no de pena, sino de alegría. Pensé en el día horrible que había tenido y en lo malas que habían sido esas niña, pero ya nada me importaba, yo era la protagonista de mi propio musical y hasta ese entonces todas las protagonistas de los musicales que había visto eran siempre las más bonitas y las más sufridas, siempre tenían hermanastras perversas, sociedades opresoras o injustas, pero siempre, siempre, ellas terminaban bien.

Y bueno, tiempo después, mucho tiempo después volví a escuchar esa canción… y ahí supe su nombre y quien la cantaba…

Quieren saber cual era?

Mi enfermedad, Fabiana Cantilo.

2 comentarios:

Jorge A. Gómez Arismendi dijo...

recuerdo esa canción, saludos

Dani Fuenzalida dijo...

cote. hola!
ahora entiende ese repentino amor y admiración por el disco que te conté de f. cantilo.
me sentí completamente identificada con tu relato.
tb me pasaba eso de sentirme a "años luz" de los códigos y costumbres de compañeras (cosa que he ido entendiendo ahora de grande)

te mando un beso y un abrazo grande
dani