domingo, 27 de julio de 2008

SALÓN IMPRESIONISTA


I

Calor y humedad. Mucho calor y mucha humedad. Buenos Aires así se me presentó.

Las calles, los árboles, el pasto y el sol, parecían ser todos uno. Las chicas con sus flequillos y zapatos de moda, los quioscos de revistas y la humedad. El vapor y la luz.

Caminé por calles embebiéndome en esa humedad donde yo parecía flotar.
La música sonaba y era una niña que cantaba acompañándose de su piano. Dulce muy dulce.

Por jardines y adoquines llegue al Museo de Bellas Artes. No es necesario cruzar todo un océano para ver un Van gogh, un Renoir, un Velásquez, Rothko, Pollock. No es necesario ir tan lejos para apreciar a Moore, Picasso o a mis amores impresionistas…no; tan solo hay que cruzar la cordillera.

Dejando atrás a Europa, subiendo al segundo piso del museo, me encuentro con el Arte argentino de escuela, lo que en nuestro caso también sería en el segundo piso del Museo de Bellas Artes de Santiago, colección permanente mi querido don Raymond Monvoisin.

Frente al envolvente retrato de Manuelita de Rosas, intentaba comprender cierta pincelada de don Prilidiano Pueyrredón y alguien me habló y yo no escuché.


No era necesario hablar porque no estaba escuchando. No era necesario escuchar porque estaba viendo.
Un segundo intento y yo seguía sin escuchar. Podía ver como sus labios se movían y sus ojos adoptaban expresiones interesantes, pero no le escuchaba. No escuchaba.
Un tercer intento de una tercera frase y por fin: - “…tu nariz se va a pegar al cuadro.”-

Todo eso fue lento y ensoñado. No lo tengo bien claro aún. Ahora me cuentan que yo miraba con cara de extrañeza como no comprendiendo el idioma, pero sí que lo entendía, y aun así nada me hacía sentido.
Yo estaba en los cuadros, en las pinturas y la historia que veía, en mi historia al pararme frente a ese cuadro de Van gogh. Las tardes de niña con Cloud Monet tomando te y viendo láminas en un libro inmenso en la pieza de mi abuela, donde la mayoría de esas imágenes no tenían color, pero yo recuerdo haberlas disfrutado, por Dios que las disfruté!
Tantas y tantas tardes en la cocina de mi casa, resguardándome del frío y la oscuridad del invierno, soñando, dibujando y hablando de Arte, de cuadros, de vestidos impresionistas ¿Cómo habrá sido el overol de Berthe?

Y ahí estaba yo, absorta y embargada de tanta emoción, embobada como suelo estar cada vez que me encuentro sola y…
-…”tu nariz, que toca el cuadro, che”- y la sonrisa que yo vi acompañando esas palabras.
- “ hacés sonar la alarma cada vez que te parás a mirar!”-

Así es. Hice sonar muchas alarmas, pero obviamente sin intención. El guardia frente a la colección impresionista se me acercó a decirme algo con mala cara… las alarmas activadas por mí y yo no escuchaba.

ESE DÍA FUE TODO UN GRAN BESO


II

Volví a la realidad y yo seguía en el Museo, sentía un poco de frio debido al aire acondicionado y tenía sed.
-“ Si, si, me gustan mucho” atiné a decir y nos pusimos a conversar.

Enamorada como estaba de la ciudad, del clima, del cielo, de las luces de Avenida Corrientes, de las pinturas, de la arquitectura y de mí, terminé de ver el museo con mi nuevo amigo.
Bajamos al recibidor y compré libros: Cloude Monet y Degas para mi abuela, Emilio Pettoruti para mí.

Al parecer esa era la despedida, camino me quedaba por ver y el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires MALBA, en algún sitio cerca de ahí.

¡Pero esto no podía ser así! No todos los días uno conoce a una persona fascinante como para dejarla ir, y así sin mas, dejamos las refrigeradas salas del museo y dimos paso a la humedad y al calor casi tropical.

Esa tarde caminamos por el parque creo que dirección Oeste (sin cordillera nunca supe donde encontrar el Norte), cruzamos una avenida conversando de arte, de estilos y de nosotros. De ciudad, de chistes, de amor, amistad, de comida y de fiestas.

El MALBA tan contemporáneo, apetecible y chic como cualquier trago rosa servido en una copa de Martini; y me refiero al edificio en sí.
Al entrar nos quedamos viendo el pop de la exhibición de abajo, ese pulpo me mató! Como los recortes y dibujos con luz y sombra sobre papel blanco. Esas sombras estaban deliciosas!
No alcancé a ver el museo por completo, nos petrificábamos tanto en cada salón, que el tiempo avanzó y ya era la hora de cierre.

¡Y ESO YA ERA OFICIAL! No podíamos dejar de conversar, de reír, de mirarnos, de volvernos a reír, de quedarnos callados, de estar, de vernos, reír y hablar, vernos, reír, hablar. No se cuántas horas pasaron, pero ya era de noche.

La humedad y el calor se mantenían en el ambiente.
Dimos un gran paseo hasta el centro de la ciudad, o lo que yo creo que es el centro de la ciudad, todas las cercanías al obelisco… ¿estoy en lo correcto?


En el camino vimos casas como mansiones, una que se parecía a Tara, de “lo que el viento se llevó” y claro está que me imaginé viviendo ahí y recibiendo a invitados en vestidos de noche y luego jugando a las escondidas con los postigos cerrados! – nos seguíamos riendo-

Esa noche llegamos a pensar que éramos protagonistas de algún film de los años 50, o de algún musical. (Si hay algún productor/ novelista sonriendo en estos momentos, solo tiene que llamar!)

Nueve de la noche y llegamos a destino: el restaurante italiano donde habíamos acordado con mi familia.

Era el momento donde los créditos y la última canción sonaba: "Ese día fue todo un gran beso". Frente a la entraba volvimos a tierra. La música cesó. Empecé a oír ruidos de ciudad y me cayó un chorrito de agua helada sobre el hombro y yo estaba parada en un pequeño charco.


Y así sin más yo había conocido a Aníbal.


Y con un apretón de manos y un “hasta la vista” nos despedimos.

Cote Santana

Santiago, Abril 2007

www.cotesantana.com

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